Writing cure: La noche fantástica

miércoles, 31 de julio de 2013

La noche fantástica

Unos amigos me dijeron que sería una noche fantástica, que habría arena, luces, palmeras y música, en un recinto cerrado. Era una velada que todo mundo aplaudía, incluso los vecinos más lejanos. Obligatoriamente, este evento debería de divertirnos, sentirnos sincronizados con la más gente y, sin duda, ser algo inolvidable. 

Sonaron las campanas de las doce y accedimos. No sabía a qué hora volvería, pero esperaba que esto pasase temprano. El ambiente era el prometido: palmeras, luces, arena esparcida en el suelo que se te colaba en las chanclas. Una auténtica transformación del local. La música sonaba por todo lo alto, cuyos vídeos se mostraban en una pantalla gigante. Las palmeras eran altas, bajas, de plástico pero muy parecidas a las reales. En un lado, un montón de tiendas de comida y bebidas en las cuales había largas colas. En el otro, carpas en las cuales había toallas y la gente se tumbaba en ellas. 

La música estaba alta, altísima; se podía escuchar seguramente por todas las partes del pueblo; me ensordecía. No me acababa de gustar. Cada canción era diferente pero más o menos era siempre la misma. Los mismos bajos, las mismas letras, las mismas temáticas, los mismos prototipos de figuras masculinas y femeninas que se mostraban en la pantalla, y que los visitantes intentaban imitar a más no poder con sus estéticas y sus extraños bailes. Todo parecía diferente y divertido, pero sin embargo era todo el rato lo mismo. Todos los puntos de luz, inconscientemente, rezumaban machismo, estereotipos irreales, publicidad, consumismo. 

Hubo un momento en el que me sentí completamente aislado entre multitudes de personas que se movían sin ningún fin, como títeres atraídos por las ondas de la música. Olor humano, contacto humano, pero hecho por personas que se guiaban como robots. El aire era asfixiante. Hacía calor y mis brazos quedaron humedecidos de un líquido desconocido por culpa de un vaso precipitado por accidente. No, no era el paraíso prometido anteriormente, para nada. Finalmente, como una hazaña, logré salir del recinto entre las infinitas masas de personas, dejando un tiempo perdido atrás.

Una vez en la calle, mientras caminaba pensaba en lo sucedido. Veía una humanidad engañada con el ocio, con la promesa de una falsa felicidad que, sinceramente, yo no comprendía y con la que no me sentía identificado. Pero, aún así, en la calle, la noche, las estrellas y la luna llena me sentía feliz. Feliz.