Writing cure: El miedo

lunes, 10 de marzo de 2014

El miedo

Ya desde unos meses hay fantasmas que me corroen por dentro, o traumas que creía muertos y enterrados, y que han despertado cual zombis.  Los fantasmas y zombis se han convertido en odio, a veces justificado, otras injustificado. Pero el odio es un veneno corrosivo que te destruye por dentro y que implosiona. Por eso, es necesario sacarlo antes posible, como esa gangrena que debes mutilar antes de que se extienda en otras áreas del cuerpo.

Ahora ya sufro las consecuencias de no haber extirpado el tumor a tiempo. Han aflorado los miedos de antes y mi peor yo, siendo alguien que realmente no era y, en un ejercicio de introspección realizado un viernes por la tarde, no he tardado mucho en encontrar las razones que lo provocaban. Pues llevo demasiado tiempo aguantando una falsa filantropía que disfraza sentimientos recesivos, y el tener que ir con una sonrisa a lo alto para no llamar la atención de los buitres hambrientos de temas de los que hablar por el hecho de saber que en cualquier momento me arrancarán la lengua, como la molestia que le causa a un padre su hijo recién nacido por las noches. Demasiado egoísmo, chulería, doble moral y peloteo que caracterizan el liberalismo rancio que se nota en la atmósfera. Muchas veces las palabras no pueden cambiar el mundo porque muchos no tienen oídos para escucharlas, pero lo que es una verdad irrefutable es que el tiempo pone cada uno en su sitio, por lo que tan sólo hace falta esperar a que se produzca la deseada relación causa y efecto.

Si no me he lanzado a la piscina de agua helada hasta ahora es por el miedo irracional a la soledad, y digo irracional porque esa soledad, aun así, será inexistente, como el hipocondríaco que teme a una enfermedad fantasma o el paranoico que cree que será asesinado la siguiente semana. Y es así cómo se valora más lo que se tiene que lo que no se tiene, para poder salir de nuestras fobias del pasado y finalmente salir a la superficie de la piscina, que es el statu quo y aspirar a un mundo mejor. Todos los inicios (y aún más las rupturas) son difíciles, pero son una gran oportunidad para salir adelante, pues sólo se puede construir una nueva casa si la derribas y empiezas de cero. 

El exilio es el precio del riesgo de haber visto el peor lado de la mísera condición humana, del ridículo, de la incultura escondida bajo el lujoso tapiz de sobresalientes en el colegio, de haber descubierto la auténtica estructura de la mafia, con sus capos, sus víctimas (entre las cuales no sé si incluirme, pues por orgullo no lo haría) y su enorme juego de complicidades entre vencedores y vencidos, entre influyentes y no influyentes, entre activos y pasivos, entre sumisos y fustigadores que se plasma en risas relativas al físico del bufón de turno o de sus actitudes que, desde una perspectiva privilegiada y prepotente, desprecian, creyéndose modelos de Victoria's Secret o de unas personalidades perfectas, mientras que éstas son auténticamente lascivas y muy parecidas a las de personajes como Kiko Rivera o Belén Esteban.

Es la clave para evitar la locura que ya aflora y que está a punto de dominarme por completo, además de ahogar todas mis potencialidades (que, por supuesto, fueron menospreciadas por no incluirse en su lista de conductas socialmente toleradas). Porque mientras unos ya van cavando su tumba (y la de los demás, hecho que me saca de mis casillas), otros construyen una casa, una partitura, un templo, un libro o un futuro viviendo en Nueva York.


Os aconsejo que si os encontráis así, dejad lo que tanto os corrompe, y sed auténticamente vosotros mismos. Vale la pena.