Ya
desde unos meses hay fantasmas que me corroen por dentro, o traumas que creía
muertos y enterrados, y que han despertado cual zombis. Los fantasmas y zombis se han convertido en
odio, a veces justificado, otras injustificado. Pero el odio es un veneno
corrosivo que te destruye por dentro y que implosiona. Por eso, es necesario
sacarlo antes posible, como esa gangrena que debes mutilar antes de que se
extienda en otras áreas del cuerpo.
Ahora
ya sufro las consecuencias de no haber extirpado el tumor a tiempo. Han
aflorado los miedos de antes y mi peor yo, siendo alguien que realmente no era
y, en un ejercicio de introspección realizado un viernes por la tarde, no he
tardado mucho en encontrar las razones que lo provocaban. Pues llevo demasiado
tiempo aguantando una falsa filantropía que disfraza sentimientos recesivos, y
el tener que ir con una sonrisa a lo alto para no llamar la atención de los
buitres hambrientos de temas de los que hablar por el hecho de saber que en
cualquier momento me arrancarán la lengua, como la molestia que le causa a un
padre su hijo recién nacido por las noches. Demasiado egoísmo, chulería, doble
moral y peloteo que caracterizan el liberalismo rancio que se nota en la
atmósfera. Muchas veces las palabras no pueden cambiar el mundo porque muchos
no tienen oídos para escucharlas, pero lo que es una verdad irrefutable es que
el tiempo pone cada uno en su sitio, por lo que tan sólo hace falta esperar a
que se produzca la deseada relación causa y efecto.
Si no
me he lanzado a la piscina de agua helada hasta ahora es por el miedo
irracional a la soledad, y digo irracional porque esa soledad, aun así, será
inexistente, como el hipocondríaco que teme a una enfermedad fantasma o el
paranoico que cree que será asesinado la siguiente semana. Y es así cómo se
valora más lo que se tiene que lo que no se tiene, para poder salir de nuestras
fobias del pasado y finalmente salir a la superficie de la piscina, que es el
statu quo y aspirar a un mundo mejor. Todos los inicios (y aún más las
rupturas) son difíciles, pero son una gran oportunidad para salir adelante,
pues sólo se puede construir una nueva casa si la derribas y empiezas de
cero.
El
exilio es el precio del riesgo de haber visto el peor lado de la mísera
condición humana, del ridículo, de la incultura escondida bajo el lujoso tapiz
de sobresalientes en el colegio, de haber descubierto la auténtica estructura
de la mafia, con sus capos, sus víctimas (entre las cuales no sé si incluirme,
pues por orgullo no lo haría) y su enorme juego de complicidades entre
vencedores y vencidos, entre influyentes y no influyentes, entre activos y
pasivos, entre sumisos y fustigadores que se plasma en risas relativas al
físico del bufón de turno o de sus actitudes que, desde una perspectiva
privilegiada y prepotente, desprecian, creyéndose modelos de Victoria's Secret
o de unas personalidades perfectas, mientras que éstas son auténticamente
lascivas y muy parecidas a las de personajes como Kiko Rivera o Belén Esteban.
Es la
clave para evitar la locura que ya aflora y que está a punto de dominarme por
completo, además de ahogar todas mis potencialidades (que, por supuesto, fueron
menospreciadas por no incluirse en su lista de conductas socialmente
toleradas). Porque mientras unos ya van cavando su tumba (y la de los demás,
hecho que me saca de mis casillas), otros construyen una casa, una partitura,
un templo, un libro o un futuro viviendo en Nueva York.
Os
aconsejo que si os encontráis así, dejad lo que tanto os corrompe, y sed
auténticamente vosotros mismos. Vale la pena.