Writing cure: febrero 2015

martes, 17 de febrero de 2015

Psicosis cultural

Me pierdo en una mirada de Pablo Picasso. Intento descomponer mi imagen, intento descomponer mi mente, mis emociones, mi cabeza, mi cuerpo. Soy un desorden, como aquél castillo de Lego que rompía de pequeña tras un buen rato de ingeniería pueril. Derribo todo lo que fui, lo que soy y lo que he sido. Y me reconstruyo en un aliento, en un lloro, en una obsesión, en amores pasados que tanto me costaron olvidar, en mis complejos de la adolescencia, aquéllos que se clavan como cuchillos en un hueso durante la madurez. Me pierdo en Jacques Derrida, deconstruyéndome, encontrando el origen de mi vida, de mi moral, de lo que soy ahora, de lo que seré en un futuro.  Y me reconstruyo, imitando al fénix que vuela o que resucita. Busco un cielo y nuevas oportunidades. Nada.

Me pierdo en personajes como Lisbeth Salander, mirando de comprender a la sociedad ante su repudia. Miro de hacer justicia en aquello que me afecta personalmente. Ganas de venganza, sana o no. Intento hacerme la dura y la difícil, ocultando lo que siento y lo que pienso. Y me pierdo entre libros de Sigmund Freud, sabiendo la toxicidad de esta situación, lo que produce el tabú, la teorización de la familia y hacia dónde va la soledad.

Me pierdo en las notas de un piano. En una base de rap, entre los versos de García Lorca, escuchando música de Nancy Sinatra.  Noches de bohemia, pensando en qué me equivoco y en lo que debo de hacer.

Y pinto. Y escribo. Y compongo. Y pospongo lo que debería de hacer, a la espera de que lleguen mis días de gloria. 

jueves, 5 de febrero de 2015

Violencia y género

Últimamente estoy muy puesta en lo de escribir artículos de mi vida personal, así que proseguiré. Quizá éste sea el más polémico que he escrito hasta ahora, y a la vez el más complejo de entender y que requiere una mente aún más abierta.

lunes, 2 de febrero de 2015

Vencedores y vencidos

Amanezco en mi pueblo, sol y viento gélidos. Masquefa amanece silenciosa, las casas blancas y de colores fríos relucen en un sol que sólo ilumina un pueblo sumido por la tristeza profunda. Hoy se siente pena por el drama. El drama de un adolescente que puso desenlace justo el día antes, porque no aguantaba más. Su pecado: ser bisexual. Los asesinos, en paradero desconocido y escondidos bajo la máscara del cobarde, el que tira la piedra y esconde la mano, reflejo de una enfermedad social, que es la hipocresía, la intolerancia y el sadismo no sólo de adolescentes, sino de incluso gente mucho mayor y que se proclama madura. La necesidad infantil y rastrera de joderle la vida a los demás, no sólo ni únicamente con hostias, sino con risas, vacíos, engaños, murmurios y discriminación. 

Valientes hijos de puta que se esconden tras haber matado tras una cuchillada limpia, perfecta, abriendo una herida y una brecha emocional en amigos y familiares. Sus guantes blancos no se verán sangrados, es la impunidad de aquél que intenta joderle la vida a otro sin dejar rastro, ante los ojos de una sociedad que prefiere ignorar antes que luchar y vencer. El ostracismo que conduce a la autodestrucción, aquél causado por la no-pertenencia a un grupo o a un clan, por no seguir el tribalismo de compañeros de trabajo encegados por la competencia para conseguir un puesto o por el castigo a las miles de ovejas negras de algunas familias, que tienen que ser desterradas por el simple hecho de reivindicarse como individuo. 

Y yo ando, por el pueblo que ya se convierte en ciudad, un lunes por la mañana dispuesta a hacer unos recados en la universidad. Y pienso en la enfermedad y en la empatía hacia ésta, la inmunidad que tenemos todos nosotros, y el rencor y la pena que siente una persona que acabó siendo la anoréxica de la clase, porque cuatro animales y una mujer mayor se animaban a llamarla gorda, mientras las ratas que perseguían a los flautistas les hacían de coro, negando que nada había pasado. Y recuerdo las ganas de venganza, la violencia que llegué a sentir siendo pacífica, ante una impotencia y el sadismo de una sociedad que discrimina y que selecciona cínicamente a las víctimas para sentirse más o no reforzadas, o monopolizando la violencia (sobre todo psicológica) de unos o de otros, según su conveniencia. Recuerdo todo esto mientras saco el humo gélido por mi boca, pensando en qué se equivoca la gente, en qué me equivoco yo, en qué nos equivocamos todos nosotros. Y la equivocación que debía cometer este pobre chaval: ser diferente y querer vivir su sexualidad como una persona normal, en un país que dice ser progresista de cara a los demás, pero que dentro de las casas alberga estereotipos, xenofobia y homofobia. 

Tribalismo y sadismo, estas dos grandes enfermedades que albergamos todos nosotros y que tan sólo sacamos cuando está permitido y no hay rechazo (cuando, es más, hay apremio) por parte del resto: ante violadores y asesinos, ante enemigos de victimistas o ante el tonto de clase que no puede defenderse. 

Y vuelvo a mi casa, a mi refugio de pensamientos. ¿Qué le habrá empujado a autodestruirse? Y me siento terriblemente identificada, ante tantísimas veces que deseé tirarme por el balcón ante una llamada traicionera, una amenaza, un saco de insultos o ante una falsa unión familiar a partir del sacrificio humano. Podrían haberse ido esos hijos de puta llamados acosadores. Pero no lo hicieron. Ya eran demasiado felices desgraciándole la vida. 

domingo, 1 de febrero de 2015

David y Goliat o el derecho al insulto

A partir de hoy me reservo el derecho al insulto, con la lengua cervantina, como aquél estudiante de biología que elabora una tesis doctoral sobre ciertos comportamientos zoológicos en humanos con supina ignorancia. 

Me he cansado del paseo y de la actitud infantil de dos feminazis y su orquesta de panderetistas. Feminazis que ensucian el nombre de verdaderas feministas como fueron Artemisia Gentilleschi, Simone Beauvoir o Louise Bourgeois. Los mismos que reservaban el papel de la mujer a la tarea doméstica ahora se ponen la chaquetita malva para que el resto no los vea como lo que verdaderamente son, retrógrados vestidos de la mujer del futuro de Neutrex; o aquéllos que ahora ejercen el falso papel de grandes defensores de la infancia, cuando sólo han querido tener para ellos hijos dóciles y manipulables, o bien que les ha importado una puta mierda el bienestar de cualquier infante ajeno a su núcleo familiar, siempre y cuando esto no suponga un gasto económico demasiado elevado.

Pero para empezar reservan la igualdad a la igualdad de género, porque la igualdad real les da demasiado pereza, ya que prefieren seleccionar una sola víctima con un afán hipócritamente sensacionalista y porque aun así les gusta criticar a los inmigrantes que les quitan el trabajo o fomentar la xenofobia, como un acto de sublimación de sus vidas de mierda. Los mismos que ahora defienden a la mujer antes la reservaban para limpiar las zurraspas del váter, para que les hicieran la puta comida o porque aún les facilitaran más sus vidas vacías de contenido. Porque están haciendo las cosas muy mal y desde una hipocresía sumamente retorcida: pegar a una mujer es una aberración, pero en cambio maltratar psicológicamente a un par de críos es algo normal en pleno siglo veintiuno. La tranquilidad proporcionada por atribuir las culpas a un bando o al otro, sin investigar el fondo, es la metadona del adicto a la soledad, a la mediocridad y a la vacuidad de aquél que no tiene ningún motivo para vivir, salvo el de sentarse en la barra de un bar y criticar a cualquier hijo de vecino.  

Se califica de inmaduro a alguien que es clave para el proceso de forma poco inteligente, por envidia o algo así, por medio de mensajes amenazantes, escritos de tal forma que el mismo Pompeu Fabra debe de estar teniendo retortijones desde su tumba y que causan más de alguna risa a algún funcionario judicial, después de teatrillos circenses propios de los juicios de la Infanta Cristina o de Isabel Pantoja. Se procede a la tranquilidad falaciosa de atribuirlo todo al interés económico, pero vas al Registro de la Propiedad un viernes por la mañana y ves perfectamente que no eres el único que tiene un interés remunerado, y entiendes que interesa la solvencia de cierta persona, que se vería realmente atacada por el hecho de tener que pagar responsabilidades civiles derivadas de algún delito entonces negado, pero real, verídico y demostrado. Para algunos, pensar o no de una cierta forma parece que da dividendos. Se justifica un acto violento porque fue "provocado" por una grabación no inmediatamente antes, causa de justificación que no figura en ninguna parte de mi Código Penal y que muy posiblemente tan sólo figure en sus morales rastreras que, desde luego, no están capacitadas de ningún apremio. 

Por eso a partir de hoy me reservo el derecho al insulto. Pero no el insulto que ellos cometen desde la pantalla sin mancharse del barro de la guerra, sino de aquél que tiene argumentos más que suficientes, suficientemente madurados desde la perspectiva de la primera persona.  Hoy el insulto va a ser poesía y la ofensa, reflexión. Es el insulto constructivo y bien razonado, porque ofende desde la verdad, aquél cometido con la pistola de la verdad y que hace hervir la sangre mental. Aquélla molestia del hipócrita que aún me da más asco que la violencia, pero no sólo de género, sino la que se manifiesta en múltiples formas.

Porque esta es una lucha de David contra Goliat. El joven David, rey de los judíos, con su rostro y cuerpo de niño, vence al Goliat, más viejo que el diablo. Y Goliat son miles de ignorantes que son derrotados con la habilidad de un jovenzuelo que entonces fue subestimado y que supo imponer su virtud ante la crítica ajena.