Writing cure: enero 2015

martes, 27 de enero de 2015

Ignorancia, conocimiento y religión

Es algo propio del statu quo que ha persistido durante generaciones y generaciones. Es obvio que la ignorancia va a existir siempre, en múltiples formas y en contextos muy diferentes, pero el problema es la generalización de la misma, su apremio y su superposición en muchos ámbitos. Tan sólo hace falta observar las astronómicas audiencias de Gran Hermano y más basura televisiva propiciada por Telecinco y cadenas de la misma índole. 

Pero la ignorancia ha sido una lacra que ha durado ya desde hace siglos, casi desde la Edad Media hasta ahora mismo, y que se ha visto muy acentuada en un país de tradición claramente católica como es España. 

EL MIEDO AL CONOCIMIENTO

La oposición a la ignorancia es claramente el conocimiento. El problema es que las élites poderosas (en este caso que vamos a tratar, la Iglesia Católica) han realizado una maniobra implacable de dominio a las masas a lo largo de la historia y que ha cambiado de dueño, limitando el conocimiento a un poco margen de posibilidades e imponiendo el castigo social y la autocondena de los individuos ante la voluntad de querer saber más dependiendo de qué tipo de cosas.

Sólo hace falta recordar por qué expulsaron a Adán y a Eva del Paraíso: por tomar el fruto del árbol de la ciencia y del conocimiento.


A esto se le propinó una consecuencia clara y aterradora: la expulsión del Paraíso, el descontrol del ser humano y la identificación de éste con la violencia y la perversión del mismo. Tan sólo hace falta echar una ojeada a los siguientes cuadros de Hieronymus el Bosch (El Bosco) y de Dante:



Así pues, llevamos siglos de historia en los que no podías dudar del dogma, no publicar según qué cosas, sino te la jugabas siendo juzgado por la Inquisición o condenado al ostracismo social, contemplado por su forma tan clásica y a la vez tan hipócrita y represora: el pecado. La atribución de ciertas actitudes a un estrecho margen de lo que es políticamente correcto se asegura el comportamiento de las personas, para que no encuentren sus propios límites y que aún menos sean ambiciosas a la vez de establecer sus propias metas. 

Ahora el típico lector progresista estará pensando: "hombre, pero la Iglesia Católica ya no tiene tanto poder, las cosas han cambiado mucho, se tolera el aborto, la homosexualidad...". Pero estamos realmente equivocados: la estrategia se ha renovado, otra vez en el ámbito de lo que es políticamente correcto y lo que no, centrándonos en debates puramente ideológicos sin sentido alguno, que no conducen a nada y que tan sólo retroalimentan más un sistema político sin ideas renovadas y que tan sólo busca mantenerse a él mismo. 


La ignorancia ahora se ha centrado en el egotismo, en el autoabastecimiento, la conservación de un estado sea cual sea, siendo incluso parasitario o tóxico.  En otras palabras: el paradigma de la ignorancia es lo que en psicología se denomina "zona de confort", el estancamiento en algo ya establecido. 

Todos tenemos una forma de vida ya establecida, fruto de mucho esfuerzo o de vivencias sobrevenidas de un ayer, o bien interpuestas por nuestra familia si estamos hablando de clases bienestantes. Tenemos un ámbito, con un umbral que puede alargarse o no, ya sea a nivel personal o familiar, psicológico, profesional o social. Pero muchas veces, se tiende a conformarse con lo establecido o bien actuar como en tiempos de guerra: derrochar hasta la última gota de sudor en el mantenimiento de lo establecido. 

UN ESFUERZO QUE DA MUCHA PEREZA

Cada persona tiene un sentido por el que vivir, y no es sólo la propia supervivencia o la subsistencia, que muy posiblemente sea el instinto más primitivo que tenemos. Así pues, buscar un sentido, una meta, una recompensa a nuestra vida y al progreso de la humanidad implica que dejemos de lado nuestros instintos más ancestrales y superpongamos nuestras emociones o nuestro raciocinio a los impulsos marcados por nuestra parte cerebral más primitiva: el cerebro reptiliano. 

Después de la zona de confort hay un nuevo mundo por descubrir, lo que implica a priori una inseguridad latente al hallarnos en un lugar desconocido y en el que no conocemos el porvenir. Para ello, tendremos que centrarnos en la adaptación, es decir, poner en marcha todos nuestros mecanismos, tanto físicos como intelectuales para adecuarnos al lugar y así poder progresar, lo que requiere que emocionalmente se adquiera cierta fortaleza y voluntad de ser. Esta fortaleza y voluntad de ser no es innata, es totalmente adquirida en este proceso, lo que requiere un esfuerzo, un conocimiento hacia nosotros mismos y un viaje profundo a miedos, traumas e instintos más primarios. 

Lo mismo pasa con la inteligencia y el conocimiento: requieren un ejercicio, una práctica y una voluntad de ser, que tan sólo se adquieren por la actividad y no antes de ella, lo que erróneamente se dice muchas veces para esquivar en cualquier caso este esfuerzo necesario para tirar hacia adelante. Nos creemos poco capaces de algo por creernos menos inteligentes, porque así lo hemos asumido propiamente, o bien creemos que algo es inaccesible o irrelevante porque "no es práctico" para el día a día o bien para la autosuficiencia del sistema. 

Por lo tanto, nuestra misma mente aplica la zona de confort, el miedo a lo diferente, para asegurarnos de la inadaptación a ciertas situaciones, en detrimento del hecho de salir fuera de ésta y conocer cómo somos y cómo funcionamos


Mutilar nuestra curiosidad, creatividad y autonomía nos limita como personas, aniquilando algo muy elemental, que es la propia individualidad y su plasmación en psicología: la personalidad

Por eso la Iglesia Católica puso los límites al conocimiento, vigilando de muy cerca la astronomía y la medicina, que permiten conocer que no estamos solos en el mundo, descubrir qué hay más allá y cómo funcionamos. Y por eso ahora mismo el sistema económico limita la importancia a las ramas del conocimiento que son útiles para la autoconservación del mismo, dejando apartadas las artes, las humanidades y las ciencias del conocimiento, que son claves para seguir adelante y progresar como personas, para ayudar verdaderamente al progreso de la humanidad y hacer de este mundo algo mejor. 

Ahora mismo, el conocimiento se centra en sacarte una carrera universitaria y moverte para poder trabajar y ser alguien más en el sistema. Pero en cambio, se deja totalmente de lado el hecho de coger un libro, tocar el piano o expresar las emociones por medio de movimientos físicos expresivos, y en todo caso se destinan a la cultura de consumo, al puro entretenimiento de pantalla, sin permitir que las personas sepan leer entre líneas, entender lo que les exponen y adaptar lo que les exponen a sus propias emociones y vidas. 

Podemos verlo en el aterrador éxito que muy posiblemente va a tener la película de Cincuenta Sombras de Grey, a pesar de la infame calidad literaria del mismo libro, de esconder un machismo más que latente en las escenas y de banalizar el amor, hecho del que hablaré muy posiblemente en un artículo futuro. O bien en las indignantes audiencias que está teniendo el programa Gran Hermano VIP, cuyos seres protagonistas sin pena ni gloria son el máximo exponente de la ignorancia y la exaltación de la misma en este país. 



También podemos verlo en el día a día de miles de familias que dicen ser esclavas de la desgracia, aguantando matrimonios tóxicos mientras sus hijos viven enganchados al ordenador o a los videojuegos, sin comprender que la vida no es solamente ocio, sino que es algo más allá de ello y que implica la realización de actividades que permitan realizarnos y crecer. El trabajo dignifica, y algunas veces es esencial hallar lo desconocido en el más allá de lo establecido, a partir del cambio.

¿Vale la pena seguir en este bucle de autoconservación que muy posiblemente nos lleve a la destrucción y a nuestra degradación mental de forma exponencial?

¿Vale la pena ser esclavo del día a día para tener como recompensa sólo unos días de ocio que nos pasamos en el cine o en las rebajas?

¿Vale la pena mantenerse tal y como estamos y no admitir que hay algo más allá que realmente nos haga felices, prescindiendo del último modelo de iPhone lanzado en el mercado?

Hasta aquí hemos hecho un paseo casi que histórico a los usos de la ignorancia y al manejo de la curiosidad humana según la conveniencia de los tiempos e incluso por la misma voluntad de las personas. 

Ahora toca sentarse a pensar y qué podemos hacer con nosotros mismos y, sobre todo, en qué estamos haciendo mal. 



domingo, 25 de enero de 2015

La mala educación

Hace ya unos días terminé los exámenes de la universidad. Y, tras unos días llenos de enfermedad (hecho típico de los meses crudos de invierno y de las bajas temperaturas) y de aburrimiento bien invertido, me he puesto a pensar en la educación y el derecho a ella, su (poca) aplicación a la sociedad, y el daño que ha llegado a hacer el hecho de que algunos no dediquen ni el más mínimo segundo de su vida a plantearse que la verdadera educación es la que diriges tú mismo, además de la académica, sabiendo cómo interpretar la información y cómo crecer como persona.

La poca autodisciplina, la infame apertura a la diferencia y a nuevas corrientes, ha llevado a la aparición de castas parasitarias de subnormales agrupados en colectivos que se apoyan en los mármoles de la ignorancia, el egotismo y la chulería del ignoto, el incomprendido y el que se cree inferior a los demás porque nunca se ha visto capaz de dar con las riendas de su vida. Crean su ideología, su visión cerrada y poco realista e inteligente de ver las cosas, porque el mundo les resulta cruel y hostil. Envidia al triunfador o el que quiere salir del agujero negro de la ignorancia y del oscurantismo de este tipo de especímenes. 

Ideología. Aquélla consecuencia de la falta de libros, de cultura y de arte en las personas, con el afán de sentirse realizadas a partir de enfrentarse unos a otros. Aquélla justificación de la violencia que ha llevado a tantas guerras o ha llevado a joder la vida a una gran serie de personas, quitándole los derechos con base política, religiosa o biológica. Aún recuerdo cómo algunas voces ignorantes decían que yo, mujer de diecinueve años y con media de notable con lo que lleva en la universidad, no podía seguir estudiando porque, como mujer, no apoyaba la ideología de una mujer que había cometido atrocidades y pretendía arrebatarme la (poca) dignidad que entonces me quedaba. 

La mala educación. Aquélla que impide que las personas puedan progresar por razones apócrifas, beligerantes y por complicidades dentro de juegos de cobardes, que por haberse apartado en el tiempo justo para no salir ensuciados de la guerra se arrepienten de su complicidad y entonces buscan quedar de puta madre, como sinvergüenzas que juegan con la desgracia ajena para lucrarse en un programa del corazón.

El derecho a la educación. Tan sólo aquéllas personas que no le dan importancia a la suya propia (y que se plasma en mensajes amenazantes y en insultos sin sustentarse en hechos empíricos, o que de existir los ignoran) pueden subestimar o arrebatársela a los demás. Porque un libro puede llegar a ser un arma emocional. Conocer que hubo unos filósofos que sospecharon del sistema liberal (como Nietzsche) es un peligro, porque puede conducir a que los propios hijos se rebelen contra sus padres dictatoriales. Conocer que hubo pintores o grandes músicos en la historia del arte también es un peligro para algunos, porque eliminar tus cadenas emocionales supone ser libre y no ser dependiente de instigadores. Conocer la historia, para que no aprendas de los errores, les da miedo, porque podrás llevar a cabo revoluciones.

Aquéllas voces ignorantes. Maleducadas, que gritan sin coherencia sintáctica o amenazan con textos llenos de faltas de ortografía, plasmando una vez más la ignorancia tanto en el contenido como en las formas. La oposición y el triunfo del que conoce. La amargura, el egotismo y la hostilidad constante del ignorante, que vive cómodamente en su sofá mientras mira en una ventana triste la lluvia, sonando el Sálvame de fondo y con el libro abandonado en la estantería, esperando a ser abierto. 

domingo, 4 de enero de 2015

Pequeños gladiadores

Niñez y adolescencia
momentos de decepción e inocencia
camino lento a la senectud
a la adultez, a la amargura del que cree y no ve.

Adiós ilusión, adiós esperanza
adiós a aquélla niña ilusa,
miles de esperanzas muertas en batallas,
batallas de guerras impropias,
de distintos dioses, distintos dictadores
niños que de la noche al día fueron gladiadores.

Zapatos sucios, la ropa rota
polvo enredado en el pelo y en las botas,
llantos en una noche, un grito infantil
no son culpables de este juego tan pueril.

Niños abandonados y olvidados
banalizan su sufrimiento y su denuncia,
una niña se convierte en mujer
adulta para crecer y poderse defender
de una tradición insana
tradición de traiciones
de algunos que comentan y que ignoran
las miles de lágrimas, los lagos de los que sufren
ante el televisor ríen y lo discuten.

Y gritan, y opinan, y juzgan
sin ponerse sus zapatos,
sin notar la piedra
sin notar la herida que se abre en su cabeza
el sufrimiento por el prejuicio y la incerteza,
que un niño no tiene razón sin haber logrado crecer
bandos que se odian sin que nadie lo logre entender. 

Gladiadores de piedra que perecen,
gritan para su supervivencia
mientras lloran, cuando no hay sol,
cuando nadie les escucha ni les da amor.