Writing cure: febrero 2014

jueves, 27 de febrero de 2014

El límite de la broma

Hoy me he acordado de que tengo un blog.

Estoy demasiado ocupada estudiando para un examen de Derecho Penal que tengo mañana mismo. Pero aún así tengo tiempo de decir algo sobre un documental que vi la noche del domingo, del cual poseía grandes expectativas y que finalmente resultó ser una broma. Hablo del documental de Jordi Évole sobre el 23-F, sí. Ya me extrañaba a mí que tanta gente hablara como si nada sobre algo que parece ser un secreto de Estado sin temer por su muerte o por coerciones físicas sobre sus seres queridos.

Parece ser que la "broma" era para hacernos reflexionar sobre cómo los medios de comunicación (espero que también pensara en el mismo canal, LaSexta) nos colan goles sin descanso y llegamos a tragárnoslo todo, sin más. Eso desde la perspectiva de haber hecho un trabajo de la manipulación informativa para el final de bachillerato, está muy bien y gran falta que hace para que de una vez se nos caiga la venda que llevamos en los ojos (me incluyo) y que, de una vez por todas, empezamos a pensar sobre qué hacer para cambiar las cosas.

Ahora bien, el tema no estaba muy bien acertado: hablar del 23-F en un veintitrés de febrero de 2014, haciendo un documental que parece en un principio que lo va a petar, y que después resulte que es una broma de mal gusto (eso es lo que algunos ven), afecta bastante (por no decir mucho) a las generaciones anteriores, y aún más a las que vivieron la guerra. Me recuerda a esa especie de cinismo pseudo-progre que tanto odio.

Pero es que hay que entender que para las bromas hay un límite. Y no sólo en el ámbito televisivo, ni en el mundo del espectáculo, ni en el ámbito de la política y, para ponerlo más sencillo, en el ámbito de las relaciones sociales.

Hay quien justifica sus errores con bromas. Hay quien disfraza de broma toda su maldad, como esa chica que llama gorda a la otra para sentirse bien. Es típico en este país, donde muchos lanzan la piedra y esconden la mano. Es esa arrogancia con la que se va por la calle mirando por encima del hombro a los demás típica del que tiene algo que no se debe saber, o de esos brokers que van de superhéroes de la economía cuando son peores que Satanás. O bien esos que, bajo el título de la mayoría de edad, creyéndose héroes del tiempo y del hedonismo infinito, ridiculizan hasta la náusea a otro que piensa diferente, escondiéndose cual niño que ha hecho una travesura y teme al castigo, evitando la disculpa y, mientras tanto, con una falsa filantropía y una sonrisa de adorno, te saluda con amabilidad, pensando que la noche siguiente se cachondeará de la anécdota con sus colegas en un bar céntrico de Barcelona. O ese que planea la muerte del presidente Kennedy y se excusa diciendo que se trataba de una sencilla travesura.

Como me dijo un amigo que tenía hace ya muchos años, detrás de la broma la verdad se asoma, y puede ser que algo importante se asome tras la broma de Évole, y quizá muchas otras cosas detrás de las bromas de cada día. Y ahora me percato de cuánta razón tenía.