Writing cure: septiembre 2013

domingo, 29 de septiembre de 2013

El buen diálogo y el buen discurso: esos grandes desaparecidos

“Los filósofos levantan polvaredas 
para después quejarse 
de que no se ve bien.” Berkeley.

Es un tema que me preocupa. Cada vez veo más en algunos sitios donde se organizan debates filosóficos o bien en obras de filósofos como Nietzsche (me tuve que leer algunos fragmentos de Sobre verdad y mentira en sentido extramoral) un maremagnum de ideas que no se entienden de primera mano, es decir, que quizá si prestamos mucha atención llegamos a entender algo, pero de antemano es muy difícil llegar a la idea principal y, aún más, comprender del todo lo que nos dice el autor.

Con eso me refiero a que si la filosofía no interesa a la gente, según mi parecer, es porque no se sabe hacer llegar bien al público. La filosofía es una rama que no es muy concurrida y a veces quienes se especializan en ella, se quedan demasiado encerrados en ella. Me los imagino encerrados en una sala pequeña, con una luz de escritorio y llena de estanterías de libros filosóficos. Demasiada retórica, demasiada teoría... no. Por ejemplo, mirad este fragmento de Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, de Nietzsche:


"Cuán estéril y arbitrario es el aspecto que
tiene el intelecto humano dentro de la
naturaleza; hubo eternidades en las que no
existió, cuando de nuevo se acabe todo para
él, no habrá sucedido nada. Porque no hay
para ese intelecto ninguna misión ulterior
que conduzca más allá de la vida humana."


 La filosofía debería de tener un fin práctico, ya que etimológicamente significa "amor a la sabiduría". Por lo tanto su intención debería de ser hacer pensar a las personas y motivarlas para acceder al saber, e incluso hacernos pensar a nosotros mismos. Creo que para ello no es necesario conocer ni el utilitarismo de Mill ni quién era Nietzsche para poder pensar, aunque no descarto que conocer los pensamientos de filósofos conocidos sean útiles para construir nuestro propio pensamiento.

Hay una cita muy buena de Ortega y Gasset que es "la claridad es la cortesía del filósofo", un precepto que muchos no cumplen. Por ejemplo, recientemente he leído sobre cómo elaborar un ensayo filosófico, y sobre todo tiene dos reglas fundamentales: claridad y una buena argumentación ante la demostración de una idea. Eso sí, la filosofía realmente es muy subjetiva cuando sale de un autor, pero el objetivo es que, mediante el debate y el contraste de ideas, se pueda encontrar una verdad objetiva. Salvador Espriu, poeta catalán y del cual se celebra el centenario de su nacimiento, dijo que "la verdad es un espejo que en el inicio de la creación se rompió en mil pedazos". Creo que éste es un precepto que muchos tendríamos que tener en cuenta.

El problema que he visto en algunos debates filosóficos es que los participantes se limitan a argumentar ad nauseam, es decir, desarrollan sus propias ideas con mucha retórica y con demasiada complicación; o bien exprimen lo máximo posible las ideas de sus contrincantes, hasta volver a preguntar lo que ellos ya han formulado o que ha quedado muy claro, lo que coloquialmente llamaríamos "ser un tiquismiquis". O también una especie de falacia ad hominem (subestimar lo que dice o hace una persona porque ésta sea de una condición u otra) cuando algunos creen entender más de filosofía que otros, en materia de corrientes filosóficos o autores, subestimando así las capacidades de razonar o debatir de otros que no saben tanto de la materia.

La filosofía es algo que practicamos en nuestras vidas sin darnos cuenta, pero hay veces que necesitamos hacer más uso de ella: reflexión diaria, capacidad de razonar... Pero hay personas que, por saber más de ella, se reservan todo su uso.



jueves, 12 de septiembre de 2013

La inspiración en la patata

Un día andaba tranquilamente por la ciudad gris y transitada, como lo hacen todos los habitantes de las ciudades grises y transitadas: ir deprisa y pensar solamente en el sitio adonde se dirigen. Pero, como quien no quiere la cosa, me topé con un obstáculo sorprendente: al bajar los ojos, me encontré con una patata. No era ni pequeña ni mediana, era más bien grande; y tenía algunas raíces restantes de haberlas sacado directamente del campo. ¿Qué hacía una patata recién sacada del campo en una ciudad tan, pero que tan grande? Decidí dejarla en un banco, fuera del suelo, ya que podría ser susceptible de pisotones o chutadas de los niños pequeños.

Llegué a casa y aún no me había sacado la patata de la cabeza. La patata. No me paraba de hacer preguntas sobre la patata como ahora: ¿estará segura en el banco? ¿alguien la habrá sacado de allí? ¿pasará frío?. Pero realmente, ¿qué era una patata para nosotros, una palabra o un objeto? ¿Algo más que un tubérculo o simplemente un tubérculo? Decidí, para despejar mis dudas, buscar la palabra "patata" en el diccionario. Entonces encontré esto:

1. f. Planta herbácea anual, de la familia de las Solanáceas, originaria de América y cultivada hoy en casi todo el mundo, con tallos ramosos de cuatro a seis decímetros de altura, hojas desigual y profundamente partidas, flores blancas o moradas en corimbos terminales, fruto en baya carnosa, amarillenta, con muchas semillas blanquecinas, y raíces fibrosas que en sus extremos llevan gruesos tubérculos redondeados, carnosos, muy feculentos, pardos por fuera, amarillentos o rojizos por dentro y que son uno de los alimentos más útiles para el hombre.

2. f. Cada uno de los tubérculos de esta planta.

Llegué a la conclusión que una simple patata o algunas más llegaron de América, una vez se inició el comercio con sus colonias, después gustaron mucho, y las personas las compraban. Luego alguien tuvo la idea de pelarlas, otro alguien de hacerlas hervidas, otra persona pensó en freírlas, luego otra meterlas en el horno, y quizá alguien inventó la freidora tan sólo para freírlas mejor.  Llegué a la conclusión que de simples cosas, como una patata, se llegaron a construir grandes cosas. Acto seguido, volví a pensar en la patata que había dejado en el banco, y me entró una especie de nostalgia. Quizá debería de haber cogido la patata, llevarla a casa, lavarla, tejerle un jersey de lana y ponerla a dormir en un lugar seguro.

Entonces el miedo empezó a invadirme. Me encontraba alejado de la patata desde hacía más o menos tres horas, ¿y si le hubiese ocurrido algo? Tenía la gran corazonada de que esa patata sería importante para mí y de que me aportaría nuevas ideas, y creía que tenía el deber moral de rescatarla. Imaginé que un neurótico habría petado de rabia al ver algo tan absurdo como una patata sentado en un banco y que la habría tirado a la basura, que unos niños la habrían usado para tirarla a otro niño o para jugar al fútbol; que quizá un artista la habría pintado, que un fotógrafo la habría fotografiado y habría llamado a su obra "La soledad de la patata"; que un escultor se la habría llevado a su taller para hacer una escultura bellísima y exponerla en Nueva York... Finalmente decidí echarme a correr hasta llegar al sitio donde la había encontrado. Por suerte, estaba sana y salva. La llevé a casa, la lavé cuidadosamente y la puse en una cajita en el comedor.

Meses después (y no sé porqué, después de tanta absurdidez) abría una factoría de patatas disecadas, en la cual las convertía en muñecos tanto para niños pequeños como para no tan pequeños, y donde podrían ser creativos y diseñar sus propios personajes.

Hay quien ve en las cosas absurdas y puramente cotidianas una molestia, una rabia, algo donde pegar golpes; pero hay otros que ven en ellas una oportunidad increíble, un juego, una diversión, mediante la creatividad. 



jueves, 5 de septiembre de 2013

De gustibus non disputandum

Todo empezó una noche en la cual no podía dormir. Eran más o menos las dos de la madrugada y durante el día no tendría absolutamente nada que hacer. Con plena convicción, me levanté de la cama y me puse la ropa que había usado ese día: un buen par de bambas, unos tejanos largos un poco desgastados y una camiseta de manga corta blanca.

Salí a la noche, pero no era de noche. En las ciudades grandes nunca, nunca se hace de noche. Y andando pasito a pasito oí unos grandes estruendos que pertenecían a una casa grande, al fondo de una calle de una urbanización de alto standing, muy iluminada y que parecía llenísima de gente. Los ruidos eran casi bélicos, y a simple oído eran gritos, cánticos y objetos precipitándose al suelo. Me acerqué, curioso; y observé que una chica de mi misma edad salía de allí como podía, escabulléndose por la puerta lo más rápido posible. 

- Me preocupa el ruido que procede de esta casa. ¿Qué ha ocurrido?

- Nunca había visto una fiesta así, de verdad. Menudo desastre.

- ¿Puedo ayudar en algo?

- Si quieres te cuento todo lo que ha ocurrido, tengo esa imperiosa necesidad. Aún no comprendo nada de lo que he visto.

La chica quiso empezar el relato con mucho énfasis, entre la preocupación y la emoción.

<<Hoy es el cumpleaños de una chica, que precisamente es novia de uno de mis mejores amigos. Hoy pasaba a ser una adulta y su familia, con un poder económico muy destacado, quiso celebrarlo a lo grande. Y para eso, quiso celebrar el ritual típico de entrada a la edad adulta de la Sociedad: comer mucha, mucha pizza.

El problema es, que tanto ella como su pareja, fueron diagnosticados de intolerancia al gluten recientemente, es más, ambos se conocieron en la sala de espera del hospital, y este defecto médico era el secreto que les había mantenido unidos. El chico ya se había asustado al ver que días antes se habían dejado una millonada comprando pizza. Allí había amigos, conocidos y amigos que había tenido olvidados; ya había capacidad en la mansión para todos ellos. La chica no daba tanta importancia a la nueva edad, al contrario del resto de los presentes.

00.00h

Pues bien, a partir de las doce de la noche la fiesta empezó, cantaron el "cumpleaños feliz" todos los asistentes, y de repente un montón de sirvientes sacaron las pizzas de las neveras (unas dos-mil en total) y las empezaron a hacer en el mismo lugar de la fiesta, la planta baja, habilitada ya para celebraciones grandes. La gente observaba, sorprendida y con expectación, cómo los sirvientes las calentaban tanto en los microondas como en los hornos de cocina habilitados ahí expresamente. Había toneladas y toneladas de pizza, que parecían no terminarse nunca. Una vez preparadas unas cuantas de ellas, de diferentes recetas, hechas a mano o precocidas, la gente gritaba y tenía expresiones de júbilo nunca vistas, reían, hacían amigos que nunca podrían haber hecho sin comer pizza, y comían y comían sin parar. El problema es que la gran estrella de la fiesta, que a la vez era eclipsada por la pizza y sus extraordinarios efectos, se encontraba aislada y no sabía qué hacer. Si tomaba cualquier trozo, notaría un dolor horroroso en la barriga y también haría sufrir a su pareja. Y en aquél momento se encontraba en un dilema que, sin darse cuenta, tendría consecuencias horribles.

Entonces, ante la presión, cogió un trozo de pizza e hizo ver que se lo comía. Y ha actuado tan pero que tan bien que incluso parecía que se comía el trozo de verdad. Pero ha olvidado un detalle importante: su enamorado podría verla. Y así ha sido, y ha reaccionado muy mal. Enfadado, el chico ha subido al piso de arriba, lloroso, y se ha encerrado a la habitación de la chica a llorar, con el evidente peligro de que podria causar inundaciones. Acto seguido, la chica se ha dado cuenta y se ha quedado al piso de abajo llorando como una desconsolada.

Ya sabe que las parejas tienen rabietas tontas, las cuales se curan enseguida y los enamorados se reconcilian de una forma especial. Pues esta vez no ha sido exactamente así>>.

Ante mi curiosidad, le pregunté: "¿y por qué?"

2.00 h

<<En vez de quedar como un problema resuelto, los invitados se han dirigido a los respectivos sitios de los enamorados: los amantes de la pizza, con ella; los que no lo eran tanto, con el chico. El chico, al borde de la depresión, ha recibido la ayuda psicológica de sus amigos, que le han tranquilizado durante un rato largo. Le decían que no pasaba nada, que se tranquilizase... al final el chico ha podido gestionarse bien su nerviosismo, y convocó a sus amigos que, como embajadores, tenían que ir a buscar a la chica para hablar con él.
Pero entonces, paralelamente, en el piso de abajo, mientras la chica lloraba, los amantes de la pizza habían montado un auténtico ejército. Yo estaba allí y quise ayudar a la reconciliación de los amantes, pero habían acorralado a la chica con el fin de garantizar su protección, en contra de su propio deseo de negociar con su pareja. Los soldados improvisados argüían que tenían que defender los intereses de la dama y que ningún hombre estaba en derecho de quitárselos, mientras ella no respondía en ningún momento. Uno de ellos, me ha dicho que si el amante no cambiaba de opinión, ellos desatarían la guerra contra él y sus defensores.

Entonces he subido al piso de arriba con los embajadores para informar del hecho al chico, y se ha llevado un buen susto. "¿Una guerra?" No se lo podía creer. Todo ese hecho y sus sentimientos causarían... ¿una guerra? En la cara del chico se reflejaba lo que pensaba sobre la absurdidad de la situación que había surgido. "Igualmente... quiero hablar con ella", dijo convencido.

Los embajadores y yo bajamos de nuevo, y vimos que todo el mundo criticaba violentamente el acto del hombre, pero la novia seguía arrinconada en una parte de la sala. Por curiosidad, pregunté a uno de los sublevados:

- ¿A qué viene tanta belicosidad?

- Señorita, ese hombre ha hecho algo inaudito. Es necesario intervenir porque ha criticado uno de los pilares culturales de nuestra sociedad: el consumo de pizza.

- ¿Pero no deberían de negociar antes y contrastar sus puntos de vista antes de pasar al ataque?

-¡Cállese! - y me echó.

Acto seguido marché arriba a avisar que el asunto estaba muy, muy crispado. La chica no podía huir de allí, y si él se presentaba a la planta baja, lo pelaban. Y, sin que yo lo quisiere, los cercanos al novio se organizaron como una banda criminal, para poder defenderse en el caso que se propiciase algún ataque. El objetivo era claro: bajar allí abajo, intentar negociar, y si no lo conseguían ellos se defenderían como pudieran. Unos cuantos retuvieron al novio y le quisieron ocultar todo lo que estaba a punto de pasar en el piso de abajo.

Finalmente, con un poco bastante de valentía, el colectivo de embajadores improvisados en último momento quiso bajar y yo les acompañé.  Pero había pasado demasiado tiempo y los enemigos ya habían preparado catapultas hechas con tenedores y bandejas para poner la comida, un montón de trozos de pizza para cobrar fuerzas, y se habían armado de cuchillos, que llevaban puestos en el cinturón de los pantalones. Además, habían construido auténticas bases militares con las mesas que habían en la fiesta. Los rebeldes no se lo pensaron dos veces y empezaron a atacar, y los embajadores pudieron defenderse de todas las formas posibles. Pactaron una pequeña tregua, por tal de poder armarse correctamente ambos bandos; hasta una batalla oficial convocada a las tres de la madrugada, y cuyo campo de batalla sería el piso de abajo.

Con la falta de armas, los embajadores y otra compañía que decidió unirse a ellos cogieron palos de los árboles gigantescos del jardín, cuchillos de cocina, tijeras y mantas para montar trajes y caretas para que no fuesen reconocidos por los contrincantes. Yo decidí retirarme, por miedo a ser agredida, y quise ayudar al novio a que se estabilizara hasta quedar dormido. Mientras tanto, me alarmé porque ambos bandos empezaron a componer himnos bélicos que llegaban a parecer nacionales, y también porque contrataron científicos para que evaluasen las características de la pizza según si jugaban a su favor.

3.00 h

Todos los miembros del piso de arriba bajaron a la hora convocada, con un conjunto de hojas impresas en la mano. Asimismo, el Ejército del Piso de Abajo en Defensa del Consumo de Pizza (EPADCP), que ya había registrado un nombre propio, también mandó a su capitán con un montón de hojas en la mano.

- Lamentamos comunicarle que el EPADCP ha encargado una investigación sobre los efectos beneficiosos de la pizza, y francamente lamentamos que este alimento tiene unas ventajas nutritivas brutales, además del efecto de felicidad y relajación que éste comporta.

- Nosotros tenemos otra investigación que refuta plenamente sus tesis, señor capitán.

Acto seguido, sin ningún miramiento a las tesis científicas, comenzaron a funcionar las catapultas, las pajitas disparando trocitos de servilleta, y con esto la gran batalla. La gente recitaba canciones revolucionarias y políticas, llevaban grandes banderas con un trozo de pizza dibujado, o reproducían frases míticas como ahora:

- ¡Juro por Dios que no volveré a permitir que critiquen la pizza! 

Hubo heridos de guerra y se establecieron campos de refugiados en las escaleras, en los sótanos y en los grandes jardines de la casa. Los sirvientes también se alistaron, algunos en un ejército y unos otros en el otro; y luchaban corazón en mano como nunca. Pero hubo un momento de lucidez, ya que decidieron sindicarse porque creían que los dueños de la casa les habían explotado con la organización de la fiesta.

Y así siguieron las peleas, más o menos hasta las seis de la mañana, ya que muchos habían caído rendidos del cansancio y aguardaban a la espera de una nueva batalla. 

Viendo todo el jaleo, al fin, he decidido irme.>>

- ¿Y tú no crees que esto es demasiado... surrealista? - le pregunté, muy perplejo, después de todo lo que me había explicado.

- Yo, después de lo que he visto hoy... ya no considero nada, pero absolutamente nada, surrealista. 

Habíamos hecho migas y decidimos tomar el desayuno juntos en algún bar cercano. La chica me cayó bien. Hablamos de Platón, sobre las armas nucleares y sobre los intereses escondidos tras las ventas de pizza y su consumo excesivo por parte de la población.

La invité a dormir en mi piso y se quedó dormida en un plis plas. Mientras tanto, en los periódicos se hablaba del gran número de ingresados en los hospitales de la ciudad tras un gran empacho de pizza y heridas de tipo bélico, y ella recibía un mensaje sobre que, después de irse, llegó el Ejército con la petición de que lo sucedido no se diese a luz, ya que podrían incitar a rebeliones del pueblo en contra de sus gobernantes. 

Tras la extraña experiencia, aprendí que ante los gustos no hay disputa, y que todos son igual de respetables. 

miércoles, 4 de septiembre de 2013

El precio del orgullo

El orgullo, en tanto que es una virtud positiva que reafirma el valor de ser uno mismo, también es un defecto demasiado importante y que puede llegar a tener magnitudes muy relevantes. Además, es el peor pecado capital, ya que no permite que uno mismo reconozca otros pecados cometidos, o llega a tal extremo que pasa a ser la soberbia, el deseo de ser preferido por otros y de elevar sus cualidades o acciones por encima de otras ajenas.

Pero hay que distinguir el orgullo positivo del orgullo negativo. Podemos estar orgullosos de ser de una comunidad, del trabajo bien hecho, de un equipo... ya que éstos han llevado a cabo buenas acciones, nos afecten a nosotros o no. Pero el negativo, que muchas veces llega a ser soberbia, es algo realmente destructor. El orgullo o amor propio ha llevado a cabo guerras, disputas, problemas, ya sean a escala pequeña o grande, sólo para mantener un estatus, una felicidad o una buena opinión, muchas veces a base del miedo. Maquiavelo dijo que el fin justifica los medios, algo que ahora muchas veces encontramos en magnitudes económicas, políticas e incluso personales, en las cuales remarcar la supremacía del sujeto es el fin implacable.

Un claro ejemplo es lo que está haciendo Estados Unidos con Siria o con la condena al soldado Manning, que reveló auténticas matanzas a inocentes ejercidas por el ejército norteamericano en guerras.

Se castiga a alguien, quizá inocente, para mantener su estatus. Está prohibido revelar datos que manchen el nombre de un país, también lo está el derecho a decidir para mantener la buena marca de un país. Se matan personas inocentes en guerras tan sólo para mantener la seguridad de un país, o bien para ejercer un miedo que mantenga intocables los miembros de un cierto colectivo. Un hombre con una supuesta inteligencia superior subestima a los demás para reafirmarse, alguien con unos excelentes expedientes académicos hace lo imposible para que le superen, porque quiere reafirmarse. Alguien exagera deliberadamente sus virtudes, porque no sabe afrontar una crítica negativa.

El orgullo o soberbia es algo que hay que saber moderar. Es como una droga que en dosis muy pequeñas puede ser medicinal, pero en grandes dosis puede ser mortal. Tenemos que ser educados en el afán de conocer, ser conscientes de que no estamos solos en el mundo y que no lo sabemos absolutamente todo, que otros tienen virtudes diferentes a las nuestras y que entre todos nos debemos de complementar.

Y tú, ¿cuánto crees que es destructivo el orgullo o la soberbia?