Writing cure: De gustibus non disputandum

jueves, 5 de septiembre de 2013

De gustibus non disputandum

Todo empezó una noche en la cual no podía dormir. Eran más o menos las dos de la madrugada y durante el día no tendría absolutamente nada que hacer. Con plena convicción, me levanté de la cama y me puse la ropa que había usado ese día: un buen par de bambas, unos tejanos largos un poco desgastados y una camiseta de manga corta blanca.

Salí a la noche, pero no era de noche. En las ciudades grandes nunca, nunca se hace de noche. Y andando pasito a pasito oí unos grandes estruendos que pertenecían a una casa grande, al fondo de una calle de una urbanización de alto standing, muy iluminada y que parecía llenísima de gente. Los ruidos eran casi bélicos, y a simple oído eran gritos, cánticos y objetos precipitándose al suelo. Me acerqué, curioso; y observé que una chica de mi misma edad salía de allí como podía, escabulléndose por la puerta lo más rápido posible. 

- Me preocupa el ruido que procede de esta casa. ¿Qué ha ocurrido?

- Nunca había visto una fiesta así, de verdad. Menudo desastre.

- ¿Puedo ayudar en algo?

- Si quieres te cuento todo lo que ha ocurrido, tengo esa imperiosa necesidad. Aún no comprendo nada de lo que he visto.

La chica quiso empezar el relato con mucho énfasis, entre la preocupación y la emoción.

<<Hoy es el cumpleaños de una chica, que precisamente es novia de uno de mis mejores amigos. Hoy pasaba a ser una adulta y su familia, con un poder económico muy destacado, quiso celebrarlo a lo grande. Y para eso, quiso celebrar el ritual típico de entrada a la edad adulta de la Sociedad: comer mucha, mucha pizza.

El problema es, que tanto ella como su pareja, fueron diagnosticados de intolerancia al gluten recientemente, es más, ambos se conocieron en la sala de espera del hospital, y este defecto médico era el secreto que les había mantenido unidos. El chico ya se había asustado al ver que días antes se habían dejado una millonada comprando pizza. Allí había amigos, conocidos y amigos que había tenido olvidados; ya había capacidad en la mansión para todos ellos. La chica no daba tanta importancia a la nueva edad, al contrario del resto de los presentes.

00.00h

Pues bien, a partir de las doce de la noche la fiesta empezó, cantaron el "cumpleaños feliz" todos los asistentes, y de repente un montón de sirvientes sacaron las pizzas de las neveras (unas dos-mil en total) y las empezaron a hacer en el mismo lugar de la fiesta, la planta baja, habilitada ya para celebraciones grandes. La gente observaba, sorprendida y con expectación, cómo los sirvientes las calentaban tanto en los microondas como en los hornos de cocina habilitados ahí expresamente. Había toneladas y toneladas de pizza, que parecían no terminarse nunca. Una vez preparadas unas cuantas de ellas, de diferentes recetas, hechas a mano o precocidas, la gente gritaba y tenía expresiones de júbilo nunca vistas, reían, hacían amigos que nunca podrían haber hecho sin comer pizza, y comían y comían sin parar. El problema es que la gran estrella de la fiesta, que a la vez era eclipsada por la pizza y sus extraordinarios efectos, se encontraba aislada y no sabía qué hacer. Si tomaba cualquier trozo, notaría un dolor horroroso en la barriga y también haría sufrir a su pareja. Y en aquél momento se encontraba en un dilema que, sin darse cuenta, tendría consecuencias horribles.

Entonces, ante la presión, cogió un trozo de pizza e hizo ver que se lo comía. Y ha actuado tan pero que tan bien que incluso parecía que se comía el trozo de verdad. Pero ha olvidado un detalle importante: su enamorado podría verla. Y así ha sido, y ha reaccionado muy mal. Enfadado, el chico ha subido al piso de arriba, lloroso, y se ha encerrado a la habitación de la chica a llorar, con el evidente peligro de que podria causar inundaciones. Acto seguido, la chica se ha dado cuenta y se ha quedado al piso de abajo llorando como una desconsolada.

Ya sabe que las parejas tienen rabietas tontas, las cuales se curan enseguida y los enamorados se reconcilian de una forma especial. Pues esta vez no ha sido exactamente así>>.

Ante mi curiosidad, le pregunté: "¿y por qué?"

2.00 h

<<En vez de quedar como un problema resuelto, los invitados se han dirigido a los respectivos sitios de los enamorados: los amantes de la pizza, con ella; los que no lo eran tanto, con el chico. El chico, al borde de la depresión, ha recibido la ayuda psicológica de sus amigos, que le han tranquilizado durante un rato largo. Le decían que no pasaba nada, que se tranquilizase... al final el chico ha podido gestionarse bien su nerviosismo, y convocó a sus amigos que, como embajadores, tenían que ir a buscar a la chica para hablar con él.
Pero entonces, paralelamente, en el piso de abajo, mientras la chica lloraba, los amantes de la pizza habían montado un auténtico ejército. Yo estaba allí y quise ayudar a la reconciliación de los amantes, pero habían acorralado a la chica con el fin de garantizar su protección, en contra de su propio deseo de negociar con su pareja. Los soldados improvisados argüían que tenían que defender los intereses de la dama y que ningún hombre estaba en derecho de quitárselos, mientras ella no respondía en ningún momento. Uno de ellos, me ha dicho que si el amante no cambiaba de opinión, ellos desatarían la guerra contra él y sus defensores.

Entonces he subido al piso de arriba con los embajadores para informar del hecho al chico, y se ha llevado un buen susto. "¿Una guerra?" No se lo podía creer. Todo ese hecho y sus sentimientos causarían... ¿una guerra? En la cara del chico se reflejaba lo que pensaba sobre la absurdidad de la situación que había surgido. "Igualmente... quiero hablar con ella", dijo convencido.

Los embajadores y yo bajamos de nuevo, y vimos que todo el mundo criticaba violentamente el acto del hombre, pero la novia seguía arrinconada en una parte de la sala. Por curiosidad, pregunté a uno de los sublevados:

- ¿A qué viene tanta belicosidad?

- Señorita, ese hombre ha hecho algo inaudito. Es necesario intervenir porque ha criticado uno de los pilares culturales de nuestra sociedad: el consumo de pizza.

- ¿Pero no deberían de negociar antes y contrastar sus puntos de vista antes de pasar al ataque?

-¡Cállese! - y me echó.

Acto seguido marché arriba a avisar que el asunto estaba muy, muy crispado. La chica no podía huir de allí, y si él se presentaba a la planta baja, lo pelaban. Y, sin que yo lo quisiere, los cercanos al novio se organizaron como una banda criminal, para poder defenderse en el caso que se propiciase algún ataque. El objetivo era claro: bajar allí abajo, intentar negociar, y si no lo conseguían ellos se defenderían como pudieran. Unos cuantos retuvieron al novio y le quisieron ocultar todo lo que estaba a punto de pasar en el piso de abajo.

Finalmente, con un poco bastante de valentía, el colectivo de embajadores improvisados en último momento quiso bajar y yo les acompañé.  Pero había pasado demasiado tiempo y los enemigos ya habían preparado catapultas hechas con tenedores y bandejas para poner la comida, un montón de trozos de pizza para cobrar fuerzas, y se habían armado de cuchillos, que llevaban puestos en el cinturón de los pantalones. Además, habían construido auténticas bases militares con las mesas que habían en la fiesta. Los rebeldes no se lo pensaron dos veces y empezaron a atacar, y los embajadores pudieron defenderse de todas las formas posibles. Pactaron una pequeña tregua, por tal de poder armarse correctamente ambos bandos; hasta una batalla oficial convocada a las tres de la madrugada, y cuyo campo de batalla sería el piso de abajo.

Con la falta de armas, los embajadores y otra compañía que decidió unirse a ellos cogieron palos de los árboles gigantescos del jardín, cuchillos de cocina, tijeras y mantas para montar trajes y caretas para que no fuesen reconocidos por los contrincantes. Yo decidí retirarme, por miedo a ser agredida, y quise ayudar al novio a que se estabilizara hasta quedar dormido. Mientras tanto, me alarmé porque ambos bandos empezaron a componer himnos bélicos que llegaban a parecer nacionales, y también porque contrataron científicos para que evaluasen las características de la pizza según si jugaban a su favor.

3.00 h

Todos los miembros del piso de arriba bajaron a la hora convocada, con un conjunto de hojas impresas en la mano. Asimismo, el Ejército del Piso de Abajo en Defensa del Consumo de Pizza (EPADCP), que ya había registrado un nombre propio, también mandó a su capitán con un montón de hojas en la mano.

- Lamentamos comunicarle que el EPADCP ha encargado una investigación sobre los efectos beneficiosos de la pizza, y francamente lamentamos que este alimento tiene unas ventajas nutritivas brutales, además del efecto de felicidad y relajación que éste comporta.

- Nosotros tenemos otra investigación que refuta plenamente sus tesis, señor capitán.

Acto seguido, sin ningún miramiento a las tesis científicas, comenzaron a funcionar las catapultas, las pajitas disparando trocitos de servilleta, y con esto la gran batalla. La gente recitaba canciones revolucionarias y políticas, llevaban grandes banderas con un trozo de pizza dibujado, o reproducían frases míticas como ahora:

- ¡Juro por Dios que no volveré a permitir que critiquen la pizza! 

Hubo heridos de guerra y se establecieron campos de refugiados en las escaleras, en los sótanos y en los grandes jardines de la casa. Los sirvientes también se alistaron, algunos en un ejército y unos otros en el otro; y luchaban corazón en mano como nunca. Pero hubo un momento de lucidez, ya que decidieron sindicarse porque creían que los dueños de la casa les habían explotado con la organización de la fiesta.

Y así siguieron las peleas, más o menos hasta las seis de la mañana, ya que muchos habían caído rendidos del cansancio y aguardaban a la espera de una nueva batalla. 

Viendo todo el jaleo, al fin, he decidido irme.>>

- ¿Y tú no crees que esto es demasiado... surrealista? - le pregunté, muy perplejo, después de todo lo que me había explicado.

- Yo, después de lo que he visto hoy... ya no considero nada, pero absolutamente nada, surrealista. 

Habíamos hecho migas y decidimos tomar el desayuno juntos en algún bar cercano. La chica me cayó bien. Hablamos de Platón, sobre las armas nucleares y sobre los intereses escondidos tras las ventas de pizza y su consumo excesivo por parte de la población.

La invité a dormir en mi piso y se quedó dormida en un plis plas. Mientras tanto, en los periódicos se hablaba del gran número de ingresados en los hospitales de la ciudad tras un gran empacho de pizza y heridas de tipo bélico, y ella recibía un mensaje sobre que, después de irse, llegó el Ejército con la petición de que lo sucedido no se diese a luz, ya que podrían incitar a rebeliones del pueblo en contra de sus gobernantes. 

Tras la extraña experiencia, aprendí que ante los gustos no hay disputa, y que todos son igual de respetables.