Hace ya unos días terminé los exámenes de la universidad. Y, tras unos días llenos de enfermedad (hecho típico de los meses crudos de invierno y de las bajas temperaturas) y de aburrimiento bien invertido, me he puesto a pensar en la educación y el derecho a ella, su (poca) aplicación a la sociedad, y el daño que ha llegado a hacer el hecho de que algunos no dediquen ni el más mínimo segundo de su vida a plantearse que la verdadera educación es la que diriges tú mismo, además de la académica, sabiendo cómo interpretar la información y cómo crecer como persona.
La poca autodisciplina, la infame apertura a la diferencia y a nuevas corrientes, ha llevado a la aparición de castas parasitarias de subnormales agrupados en colectivos que se apoyan en los mármoles de la ignorancia, el egotismo y la chulería del ignoto, el incomprendido y el que se cree inferior a los demás porque nunca se ha visto capaz de dar con las riendas de su vida. Crean su ideología, su visión cerrada y poco realista e inteligente de ver las cosas, porque el mundo les resulta cruel y hostil. Envidia al triunfador o el que quiere salir del agujero negro de la ignorancia y del oscurantismo de este tipo de especímenes.
Ideología. Aquélla consecuencia de la falta de libros, de cultura y de arte en las personas, con el afán de sentirse realizadas a partir de enfrentarse unos a otros. Aquélla justificación de la violencia que ha llevado a tantas guerras o ha llevado a joder la vida a una gran serie de personas, quitándole los derechos con base política, religiosa o biológica. Aún recuerdo cómo algunas voces ignorantes decían que yo, mujer de diecinueve años y con media de notable con lo que lleva en la universidad, no podía seguir estudiando porque, como mujer, no apoyaba la ideología de una mujer que había cometido atrocidades y pretendía arrebatarme la (poca) dignidad que entonces me quedaba.
La mala educación. Aquélla que impide que las personas puedan progresar por razones apócrifas, beligerantes y por complicidades dentro de juegos de cobardes, que por haberse apartado en el tiempo justo para no salir ensuciados de la guerra se arrepienten de su complicidad y entonces buscan quedar de puta madre, como sinvergüenzas que juegan con la desgracia ajena para lucrarse en un programa del corazón.
El derecho a la educación. Tan sólo aquéllas personas que no le dan importancia a la suya propia (y que se plasma en mensajes amenazantes y en insultos sin sustentarse en hechos empíricos, o que de existir los ignoran) pueden subestimar o arrebatársela a los demás. Porque un libro puede llegar a ser un arma emocional. Conocer que hubo unos filósofos que sospecharon del sistema liberal (como Nietzsche) es un peligro, porque puede conducir a que los propios hijos se rebelen contra sus padres dictatoriales. Conocer que hubo pintores o grandes músicos en la historia del arte también es un peligro para algunos, porque eliminar tus cadenas emocionales supone ser libre y no ser dependiente de instigadores. Conocer la historia, para que no aprendas de los errores, les da miedo, porque podrás llevar a cabo revoluciones.
Aquéllas voces ignorantes. Maleducadas, que gritan sin coherencia sintáctica o amenazan con textos llenos de faltas de ortografía, plasmando una vez más la ignorancia tanto en el contenido como en las formas. La oposición y el triunfo del que conoce. La amargura, el egotismo y la hostilidad constante del ignorante, que vive cómodamente en su sofá mientras mira en una ventana triste la lluvia, sonando el Sálvame de fondo y con el libro abandonado en la estantería, esperando a ser abierto.