Writing cure: La verdad sobre el acoso

lunes, 29 de diciembre de 2014

La verdad sobre el acoso

Quizá es el artículo más personal que haya escrito jamás.

Pero me veo obligada a escribir sobre ello, para poder prevenir que ocurra en otros casos o para quienes se vean sumidos en esto tomen conciencia de lo que les está pasando y tengan suficiente fuerza para salir de este pozo que, como os he dicho, he vivido personalmente.
Como siempre, voy a dar un enfoque tanto psicológico como sociológico, para ir al fondo de la cuestión y para que sea aplicable en otras circunstancias de la vida, que desde mi experiencia personal son múltiples. Me he hartado de leer sobre el acoso sexual, escolar, familiar, laboral... pero ninguno casa con el fondo que me gustaría retratar y que creo que es necesario que muchos vean para poder salir de un pozo en el que, insisto, no nos hemos metido nosotros solitos.  

EL PROCESO DEL ACOSO

No hay acoso si no hay un agresor, tanto físico como verbal, que ejerce violencia física o psicológica sobre un sujeto o un grupo de sujetos que reciben las mismas características, es decir, colectivos. Normalmente, en una escala pequeña se habla de un sólo sujeto, lo que es más frecuente. De los colectivos hablaremos más adelante, porque suponen una reflexión que tenemos que tener en cuenta. 

El acosador es un sujeto que, realmente, dispone de unas características psicológicas anormales, que pueden ir desde una baja autoestima hasta la existencia de una personalidad psicopática. La cuestión es que el acosador, ante su impotencia personal o bien a falta de una proyección social que se ve incapaz a alcanzar por sus propios medios, decide atacar a un sujeto, por tal de descalificarlo constantemente y frenar su pleno desarrollo como persona o como ser social. El acosador, entonces, intenta frenar la individualidad de esta persona, que normalmente ve como a alguien más dotado que éste para conseguir ciertos fines o ciertas metas, o bien con una potencialidad social mejor que la del mismo. El agresor, pues, no parará hasta hacerse con su fin, de formas distintas (empezando por los ataques psicológicos más sutiles hasta la agresión física, si es necesaria). 

Recordemos que la individualidad, este concepto tan olvidado hoy en día, es un pilar básico en el desarrollo de nosotros mismos, para tomar conciencia de lo que somos y qué queremos hacer en nuestras vidas, marcando decisivamente nuestras metas, retos personales, las relaciones sociales que queremos tener, nuestra actividad del día a día... Mutilar la individualidad a alguien le impide que no se proyecte ni desarrolle en lo personal y aún menos en lo social, con lo cual aún le incapacitará más para defender sus ideales, su reputación personal, sus derechos...

Tan sólo la misma víctima puede salir de ello, y por eso es necesario que realice una "revolución personal" que, como bien hemos dicho, requiere una individualidad y una autoestima que el acosador se encarga de encoger cada día más.

LA COMPLICIDAD DE UNA SOCIEDAD ACOSTUMBRADA A ELLO

Seamos sinceros. El grave problema de todo esto es la complicidad, incluso la participación tanto activa como pasiva del resto de gente. El acosador necesita que este proceso de acoso sea reconocido, para proyectarse como una autoridad o conseguir una reputación que no tiene, a costa de atacar incansablemente a un sujeto o sujetos.  Imagino que, en un mundo que tanto condena la violencia, el racismo, el sexismo y la guerra, cualquier manifestación violenta, ya fuera psicológica o física, se condenaría enseguida y por lo tanto los acosadores al cabo de poco tiempo abandonarían su incansable trabajo y entretenimiento de hacer la vida imposible a una persona.

Pero la realidad nos dice más bien lo contrario, es más, en los ámbitos familiares sobre todo, se encubren estas actuaciones, bajo lo que yo llamo "miel": disfrazan estas actuaciones como actos normales, subsumibles en la actividad normal de las relaciones familiares, relacionada con imposiciones de castigos, o asuntos de orden doméstico que se consideran "normales" para el bien de los hijos o de los miembros de la familia: "lo hace por tí, ya que te alimenta", "es imposible, es tu madre, sólo puede desearte bien". Y si nos fijamos en el ámbito del acoso sexual, encontramos la gran frase que se ha usado durante siglos para justificar el machismo en la sociedad: "ella lo buscaba, me estaba provocando".

Cabe decir que la forma clásica de acoso, que además sirve para reafirmar aún más al acosador, es llevar a la víctima al límite, es decir, humillarla hasta la saciedad para que ésta, por puro instinto, cometa un acto violento o de respuesta (esta vez sí justificada) con el fin de defenderse a sí misma. Por mucho que sea por respuesta, la víctima quedará aún peor, es más, incluso seguir con el día a día será visto como malo ante los ojos del acosador y de su alrededor, para ir menoscabando aún más su integridad moral. 

También se opta por un método aún más productivo para los objetivos del acosador, que contribuye al desgasto de la individualidad y de la defensa de los derechos propios: habiendo leído algunos ejemplos de maltrato infantil y juvenil, ante la queja o denuncia a otras personas de lo que están pasando, automáticamente se rehúsa cualquier advertencia, ya que se les responde con vocablos como "no sabes lo que dices", "eres demasiado inmaduro para saber de estas cosas", "me gustaría saber quién te ha comido la cabeza", etcétera. También, por tal de proteger el acosador, se contribuye con actos propios de éste, contribuyendo, por ejemplo, a críticas no fundamentadas o con la imputación de rumores sin base alguna, que van desgastando aún más la individualidad de la persona y su reputación personal y social. Siempre he dicho que es mucho más fácil contribuir en los actos del acoso, por medio de críticas, burlas y el ostracismo de los sujetos, que enfrentar el problema real, con lo cual tristemente muchos prefieren mirar al otro lado y contribuir en el acoso, porque además uno se verá protegido de los posibles ataques del acosador.

Pero esto aún dispone de una cuestión más profunda, y es que estamos acostumbrados a ceder ante la autoridad. En este caso, la autoridad es el acosador, pero esta "vacunación" tiene algo más allá y que es muy difícil de ver. Me explico.

La autoridad se reviste del monopolio de la violencia física legítima, lo cual supone que cualquier agresión perpetuada por un individuo fuera de este monopolio será calificada de "violenta" y repudiable, mientras la verdadera violencia, ejercida por la autoridad, será vista con buenos ojos, incluso los demás pueden llenarse la boca de infinitas justificaciones: mantenimiento de la paz, subsunción en los derechos fundamentales, protección de las libertades públicas... Hasta hace poco, un padre o una madre se veía como una autoridad a la que obedecer ciegamente, a pesar de creer que está equivocada o que actúa de forma injusta. Así pues, en general, inconscientemente obedecemos a la autoridad, y posiblemente no veamos nada más allá de esta ciega obediencia. 

Si realmente estuviéramos en una sociedad pacifista, ahora mismo estarían las calles a rebosar de gente para protestar contra la Ley de Seguridad Ciudadana, que toca nuestros derechos y libertades más elementales. Si realmente estuviéramos en una sociedad pacifista, no legitimaríamos a los instigadores, sino que condenaríamos públicamente cada acto violento y lucharíamos para que esto no volviera a pasar, tanto en el ámbito social como en el personal y particular. 


Pero no es el caso, porque el problema es que en el acoso el agresor y sus secuaces se hacen con el monopolio de la violencia legítima, justificando todo acto violento cometido por el sujeto: que si lo hace por tu bien, que lo has provocado tú, sólo estaba intentando convencerte, es que ese día ibas demasiado fresca vestida... Incluso esta clase de personas nos intentarán hacer sentir mal por pensar de esta forma, eliminando cualquier manifestación de sospecha o de desobediencia a la autoridad. Además, con esta violencia justificada sea realiza una exclusión de las actuaciones ajenas así que si pusiéramos por caso que la víctima se defiende de la agresión, será vista como una "aberración" y se usará perversamente para descualificar aún más la víctima.

Lo que llega a hacer el poder de las definiciones.  

Así pues, el Estado es un tipo de acosador que nos dice qué derechos nos reconoce y los que no, que asegura su actividad por medio del monopolio de la violencia física legítima, haciendo uso del poder de la definición de lo que es violencia legítima por medio de la ley y que se autojustifica, ya sea por sus miembros o por la sociedad general, para mantener la paz y hacer el bien.

También, este Estado o acosador es el que decide qué pruebas son legítimas y las que no. En un ejemplo de mi esfera personal, fui testigo de unas agresiones en un contexto de acoso, a sabiendas de que anteriormente habían ocurrido y que habían sido grabadas. Entonces procedí a grabarlas, por si pasaba cualquier cosa grave, pero una vez hube desconectado la cámara fui agredida por una razón ajena a la grabación. Al cabo de unos días, los secuaces de la persona instigadora procedieron a decirme que la agresión estaba totalmente justificada, ya que lo había grabado todo y que exclusivamente era responsabilidad mía. Esta es una muestra más de lo que llega a hacer el poder de las definiciones: se considera más "violento" el hecho de que se graben unos actos violentos que los actos en si, y que se justifiquen las muestras de violencia cometidas a posteriori, por la simple voluntad de retratar unos actos flagrantes de violencia. Sin duda, es un fenómeno muy curioso.

A mayor escala vemos innumerables ejemplos: la reciente prohibición de grabar agresiones policiales, la incorporación de cámaras en los cascos de los agentes policiales, auténticos genocidios que se justifican por la causación inexistente de una crisis económica, el incansable apoyo a guerras por la posesión de armas de destrucción masiva...

Por lo tanto, no es un problema simple de patio de colegio, sino que ya estamos inmunizados a nivel general, viendo estas situaciones como algo normal hasta tal punto de justificarlas, incluso cuando se ejercen sobre colectivos en formas de genocidio, holocaustos, represión policial.  Obviamente no estoy diciendo que esto siempre pase, pero hablo en general, en el sentir de la sociedad y del momento histórico y social del que estamos hablando respectivamente.

LA REVOLUCIÓN DEL INDIVIDUALISMO

Como ya he dicho, el método implacable es salir por tus propios medios.

Tú tienes que tomar conciencia sobre lo que estás pasando, conocerte a tí mismo, saber qué circunstancias personales te rodean y qué puedes hacer para evitarlo. Tampoco tienes que caer en la venganza (es difícil dejar de pensarlo, por culpa de la rabia te pasan mil ideas por la cabeza), pero sí tomar medidas adecuadas que reafirmen tu individualidad y tu integridad moral, acudiendo a la Justicia o yendo en busca de ayuda psicológica. Obviamente refugiarte en tus aficiones, tus estudios, tu trabajo y rodearte de la gente que te quiere es vital. 

Al principio será difícil, ya que el acosador, literalmente, enloquecerá ante tu levantamiento. Lo que se tiene que hacer, pues, es seguir con tu propia vida, tu propio camino... y si la cosa se complica aún más, mira el lado positivo: tendrás más puntos a favor si decides llevarlo ante la justicia. Posiblemente te intentarán culpabilizar de tu situación o intentarán flagelarte por querer denunciar los hechos, pero tú mismo sabrás que es mentira y que es tan sólo para perpetuar aún más las formas de acoso de las que he hablado, en esencia. 

El individualismo y la toma de conciencia de colectivos afectados han llevado a grandes revoluciones que han cambiado el sentir de la sociedad. La lucha contra la discriminación racial y el alcance de los derechos sociales no surgieron por si solos, sino que requirieron una toma de conciencia y una reflexión a nivel personal y colectivo para cambiar pacíficamente las cosas ante la sinrazón de un grupo que creía ser superior al proletariado o a otra raza. 

El tiempo pone a cada uno en su sitio, así que no esperes a unas disculpas, porque muy posiblemente no las tendrás. No hay mejor castigo que el paso del tiempo y que los que se lo merecen consiguen lo que tanto desean y una buena vida.