me coge,
me atrapa en un bucle sin sentido,
amenaza en aplastarme y encerrarme.
Los lobos aúllan y susurran en la lejanía.
Como un Salomón decidido,
los superhéroes de sirenas y escopetas,
la loba sacaba sus dientes.
Gritaba y aullaba.
Carne emocional quería.
Moriré como Juana de Arco,
si es que no morí hace años;
palabras y maquinaciones insidiosas,
gramática que navega por las vísceras
y no por las cabezas.
Si es que existe un Dios,
no le pido salvación.
Les pido que les perdone:
no saben lo que se hacen.
Los lobos aúllan y susurran en la lejanía.
Delfines que me traicionan
después de difíciles andaduras,
con dolor en los pies,
gritando en silencio.
Los lobos aúllan y susurran en la lejanía.
En el fuego recordaré los besos de Judas,
las batallas que afronté y nunca expliqué,
los caminos de justicia, igualdad e libertad,
explicadas por falsos historiadores.
Recordaré aquellas veces
que luchaba con piedras
mientras tiraban bombas,
entre la complicidad de grandes dictadores.
Y moriré.
Como cementerio de elefantes,
moriré en la lejanía,
entre susurros y aullidos,
entre llamas por prejuicios.
Moriré como Juana de Arco.